martes, enero 17, 2006

La vida es un carnaval. Pero en Celendín se vive mejor.

Siempre relacioné los carnavales con escenas típicas de Río de Janeiro, con abundantes y exóticos trajes, mujeres despampanantes, serpentinas y zamba. Felizmente esto es solo en Brasil. Pero en Cajamarca (Perú) dicha fiesta se vive con tanta intensidad que es considerada como la cuna del carnaval peruano. Aquí no hay diminutas ropas pero sí toda una manifestación de arte y tradición.

Llegué a esta ciudad la última semana de febrero. Eran días de la fiesta y cientos de viajeros colmaron las carreteras. Todo medio de transporte valía para llegar. Entre costales de arroz y paisanos, el viaje se tornó en un cuadro folclórico inolvidable.
Aún el sol no salía. Cansado y adolorido por la incomodidad del viaje, lo que deseaba era dormir. ¡Pero cómo podía hacerlo si en la Plaza de Armas la gente aún celebraba!. Grupos de jóvenes en las esquinas, cánticos y bailes, guitarras y botellas de licor en el suelo, todo indicaba que fue una noche de parranda. Las campanas de la Catedral anunciaron el nuevo día. Casi sonámbulo me dirigía descansar, repitiéndome que debo estar preparado , pues aquí podría ocurrir de todo. Al mediodía la ciudad entera se congregó en la Plaza y calles aledañas. Una guerra se desató y cualquiera podía ser empapado con agua y pintura. Desde lo alto de los edificios los francotiradores lanzaban su munición de globos. Otros atacaban frente a frente y en grupo. Nadie escapó al ataque, todo valía para la diversión.
Con ropas mojadas nos preparamos para ver el desfile de carros alegóricos, reinas y disfraces de cada barrio. Calles repletas de gente. Había que ser muy hábil para alcanzar a ver el espectáculo. Felizmente me escabullí y me uní a los danzantes y bailarinas que de inmediato me conquistaron con su alegría. Despojado de toda vergüenza y sin temor a hacer el ridículo, me aventuré a seguir las comparsas e imitar sus bailes. Era uno más en ese mar de diversión.

Por la noche, las coplas y guitarras volvían a sonar en la plaza. Todos éramos amigos. Lo principal era sonreír y nunca negar una invitación a beber. Pues un principio de esta ciudad es comer y beber todo lo que se ofrece, o sino la persona es obligada a ingerir el doble de licor. Aprendí muy bien la lección. Mas ellos no se percataron que tenía mis trucos para no beber lo que me servían –aguardiente mezclado con refresco-.
Al día siguiente se realizó el concurso de las “viudas”. Esto consiste en premiar a quien llora por más tiempo la muerte del Ño Carnavalón o Rey Momo –personaje que representa el espíritu del Carnaval por finalizar-. Docenas de mujeres que se visten de negro y sus gemidos y llantos exagerados conmueven hasta el más duro corazón. Una parodia que indica el final del carnaval, para enterrar luego a este ser imaginario.

Fiesta sin fronteras.
Las celebraciones continuaron en pueblos aledaños. Y es en José Gálvez donde el carnaval se celebra igual que hace 20 ó 30 años atrás. A tres horas de Cajamarca, este distrito se prepara por más de un mes para la fiesta. Los barrios ensayan sus bailes, confeccionan sus trajes con hermosos colores y lentejuelas. Las máscaras antropomorfas y sombreros de copa alta también son parte del atuendo.
El acabado de las ropas es tan fino que la gente no escatima dinero para lucir bien en el festejo. Igual valor merecen los carros alegóricos y la decoración de las calles. Pero nuestras miradas se las roban las reinas elegidas con gran dificultad. Pues aquí todas las mujeres merecen una corona. ¡Ay de aquel que pretenda enamorarlas¡ Antes deberá ser aceptado por el barrio entero que celosamente las cuidan.
Las casas blancas con tejados y balcones viejos. Las pistas empedradas y el corzo que recorre las calles principales crean la sensación de vivir en una postal. También hay agua y pintura, alegría de niños y jóvenes. Pero lo más maravilloso es la hospitalidad de la gente que, al llegar la noche, están dispuestos a acoger al visitante. Dan lo mejor de su abrigo y comida. Lo que nunca falta en casa es la chicha de jora. No hay que abusar de este licor sino se quiere terminar en el baño con terribles cólicos.

Encuentros

Muy temprano fui invitado a participar de una reencuentro familiar. Esta vez me dirigí al poblado de Alto Bacón, muy cerca de Celendín. Entre abrazos y lágrimas, la familia se volvía a ver. Primos, tíos, hermanos y abuelos, más de quince personas reunidas aquella mañana. Se sacrificó un cordero, la abuela cocinó papas y maíz cosechado de sus tierras y comimos pan caliente horneado bajo leña. Posamos para la foto del recuerdo y sin percatarme ya era un miembro más de aquella generosa familia que no cesaba de abrazarme y recordarme que estaba en casa. Por un momento llegué a pensar que tanta efusividad era efecto del licor. Pero ¡que derecho tenía yo para dudar de su cariño!. En las grandes ciudades miramos con desconfianza al extraño y las reuniones familiares son menos usuales. Aquí todo es distinto. La familia numerosa sigue reencontrándose y qué mejor en épocas de carnaval.

Acompañado de mi nueva familia visité el poblado de “Loma del Indio”. Entre montañas verdes y vientos fríos, las pocas personas de este recóndito lugar celebraban a su estilo el fin de fiesta.
La melodía de coplas carnavalescas se interrumpió para iniciar el juego del “tapagallo”. Hasta hace pocos años se practicó el “matagallo”, celebración que consiste en enterrar al ave hasta el cuello, de tal forma que su cabeza quede expuesta. Los ojos del concursante son cubiertos con una venda y luego de varias vueltas tratar de golpear con un garrote la cabeza del gallo que servirá como premio a quien logre acertar. Felizmente este juego cambió, pues la población reconoció que el ave vale más vivo que muerto. Ahora se practica el tapagallo, con las mismas normas, pero en vez de golpearlo, tratar de cubrirlo con un sombrero. Ya oscurecía y sin demora se celebró la “yunza”, fiesta tradicional de muchos pueblos andinos que consiste en derribar un árbol donde prenden de sus ramas diversos regalos. Los participantes rodean el árbol y mientras bailan, lo golpean con un machete hasta derribarlo y coger sus obsequios. Colmado de tanto festejo, me retiro a Celendín. Era domingo por la mañana y la población participa de la feria ganadera. Vacas lecheras enormes llegaban de tierras vecinas. Es que la abundancia de pastos asegura la producción de lácteos y carne para la comunidad. Aquí la totalidad de la gente usa sombreros de copa alta y ancha, accesorio obligado en su vestimenta, muchos de ellos vendidos a precios elevados.

Pareciera que aquí la s fiestas nunca terminan y se vive en constante diversión., al día siguiente retorné a la ciudad de Cajamarca. Visité los Baños del Inca, lugar de aguas tibias que brotan del subsuelo y era preciado por los Incas. Alquilé un baño privado y extenuado me sumergí en la tina de agua caliente. Totalmente satisfecho de tan inolvidable carnaval.

Fernando Vilchez Santisteban